lunes, 27 de junio de 2011

Fragmento de "No matéis al gorrión"

Aquella despedida ya fue abierta, como de pareja. Isabel se quedó en la estación junto a los demás con sus ojos brillantes y verdes, mirando en la lejanía a mi mano que les decía adiós.
Antes de subir al vagón, acarició mis labios con un beso tan largo, que extrañó a mi padre, y que nos miró sonriendo con sus ojos claros que parecieron de pícaro. Complacido. Cayeron unas lágrimas de los ojos de Isabel que regaron su cara. Pero estaba contenta, como todos los demás al verme partir por las vías que atravesaban los llanos de rastrojos resecos y almendros ya sin hojas, almendros y tierras que esperaban ansiosos las primeras lluvias de otoño, mientras partía en dirección a mi destino.

Cuando subí al tren, aburrido, me puse a pensar en las lágrimas y como son de diferentes: Las de alegría brillan con luz propia, en destellos, como el agua transparente de los ríos; las de tristeza, son iguales, pero tienen un fondo opaco, de niebla... Las últimas que había visto en los ojos de Isabel: una mezcla entre brillo y niebla.

Aquel trimestre me esmeré más de lo normal, que no era cuestión de perder un año. Las notas fueron buenas y volví otra vez como siempre en Navidad, cuando las gentes vuelven a sus raíces.
Las montañas empezaban a cubrirse de blanco y melancolía. Tiempo de hornos y dulces, de aromas cálidos y roscos de anís; y para los ricos, también de turrón.
Llegué con los primeros e intensos fríos.
El pueblo estaba vacío.
Habían desaparecido tantas almas, que parecía muerto. Era como un cementerio, pero sin cruces. Solo se veía por sus calles a los viejos sin futuro, con las huellas de los surcos de la tierra abandonada en sus caras, quemando sus pocos días al frío, y de oscuro.
Y a las mujeres, todas viejas.
Todas con su chal entre gris y negro, descolorido de esperanzas…, y andaban con paso lerdo, como empujando al viento, como perdidos en sus años...

Solo había algunos niños.
Hasta el yugo y las flechas parecían corroídos y viejos, olvidados, abandonadas por todos y por el tiempo. Parecía, era, un pueblo desmantelado.
¡Muerto…!
Daba tristeza pasar por las calles donde algunos perros deambulaban como almas en pena, buscando entre las gentes a sus desaparecidos dueños..., y te seguían en tu camino implorando afecto en sus ojos, por los lugares donde en otro tiempo todo había sido vida.
Ya solo quedaban los gorriones, que también parecían estar poseídos por la melancolía y la tristeza, con sus picos mudos, como el frío...
Los campos estaban abandonados y solo se veían barbechos llenos de malas hierbas, enfermos de tristeza, dejados de las manos de los labradores que buscaban el pan en otros sitios, donde no olía a tierra...

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